martes, junio 17, 2008

Nietzsche y la Política: sobre una controversia


El Catecismo nietzscheano: ¿Conviene forzar a un autor (sea Nietzsche o cualquier otro) a expresarse mutilado o con medias palabras? En suma: ¿es productivo amordazarlo? Voltaire, un autor al que Nietzsche admiraba (y al que le dedicó un libro) decía que la Fe consiste en creer lo que la Razón no cree ni puede creer. He realizado una pequeña y tortuosa investigación sobre el joven Nietzsche, de la cual el artículo “El joven Nietzsche o el instinto aristocrático como política” publicado en Rebelión es la primera parte. Es un intento de liberar a Nietzsche del falso bronce académico burgués, de “situarlo” en las coordenadas de tiempo y espacio, de acercarlo a sus verdaderas intenciones de intervención en la política de su tiempo. Es siempre correcto preguntar a cada pensador qué ideología representa, pero quien formula la pregunta debe ofrecer la respuesta. Nietzsche, como cualquier otro, nada podría contestar aunque no estuviera muerto: ignoraba lo que transportaba. Intenté hermeneúticamente “leer” a contrapelo al filólogo como un pensador político reaccionario coherente y unitario. ¡Vade retro! Una tarea, incluso ahora, “escandalosa”, porque Nietzsche (y muchos más del noble Panteón catedricio) es para la Intelligentsia “progresista” una vaca sagrada intocable: quién ose contradecir el canon académico puede retroceder ochenta y siete escalones de reencarnación. Si el centro del Hinduismo es la protección de las vacas, la protección de la reputación de Nietzsche es uno de los más maravillosos fenómenos de la evolución del progresismo europeo. Sabíamos de la previsible y automática reacción fóbica de la corporación de profesores universitarios, ayudantes de cátedra, becarios de investigación, articulistas, directores de revistas literarias de izquierda incluso de algún “gurú” consagrado. Varios reflejos pavlovianos aparecieron en Rebelión y otros lugares, uno, el de más largo aliento, es el de Luis Roca Jusmet –creo que profesor de filosofía– cuyo título es “Nietzsche otra vez”. A Luis R. J. no le gusta lo que la Razón descubre en su autor fetiche Nietzsche (aunque veremos que en realidad la herida narcisista no es por Nietzsche en sí mismo), aborrece mi artículo con pasión religiosa. Frente al Nietzsche real, políticamente incorrecto, Luis R. J. prefiere un sistema de creencias basado en la Fe. Mi humilde lectura política de Nietzsche le amarga la existencia y no ahorra ningún adjetivo negativo en su contra. Mi artículo es “descalificador”, “falaz”, “tramposo”, “fallido”, “simplista”… Es una malévola “crítica fácil”. Luis R. J. está indignado: ¡se quieren comer en forma de chuletón a su vaca sagrada! La primera maniobra artera de mí artículo, la “primera trampa”, es que el título no coincide con el contenido del artículo: “González Valera” (sic) (Luis R. J. está tan indignado que se le atraganta mi apellido en el teclado) pretende “globalizar” la tesis del joven Nietzsche a toda su obra. ¡Ah, pillo! Pero su indignación llega al paroxismo cuando señalo que los lectores que lo leyeron “correctamente” han sido “nazis, neo-fascistas y conservadores de toda la vida”. Luis R. J. verá pronto el porqué de esta aseveración en carne propia. Lo que quise señalar es que los lectores de derecha de Nietzsche lo han leído “correctamente”, es decir: sin tergiversar, sin obviar, sin ocultar, sin reprimir, sin falsificar, sin sofocar al Nietzsche original. Sin inventarse un Nietzsche ad hoc a la medida de nuestras limitaciones y mirada bizca. Como ejemplo allí está el libro del nacionalsocialista Alfred Baeumler, todavía muy valioso; allí está el trabajo de Heidegger, filosóficamente völkische pero importante. Los intelectuales fascistas lo interpretan sin aplicarle una ridícula hermenéutica de la inocencia o negarse a la literalidad de su lectura. Pero no nos adelantemos. Como contrapartida de este método burdo y de bodegón, falsificador y embaucador de lectores desprevenidos, Luis R. J. nos propone su propio artículo –no podría ser menos– que plantea “de forma rigurosa” la relación entre Nietzsche y la Política. Aparte Luis R. J. señala la “distinción” como diría Bourdieu: mientras el artículo de “González Valera”(sic) ha sido “extraído” de un blog con un nombre no muy feliz (¡válgame Dios!), el del noble profesor nietzscheano de izquierda ha sido publicado por una revista decana en la Intelligentsia progresista, hecha y derecha, con comité editorial, panteón de héroes, secretarias, contabilidad y número de seguridad social. Cómo para que quede claro el origen lustroso de uno con la genealogía plebeya del otro. Toda Fe entraña, inevitablemente, negaciones y afirmaciones. El verdadero creyente, cuando se encuentra ante una prueba lógica o una demostración empírica que incurre en contradicción aparente con las exigencias de su sistema de creencias, no tiene más elección razonable que negar lo que vea (y lo que lea), lo que oiga y lo que piense, lo que escriba. La hermenéutica de la inocencia que Luis R. J. aplica a su canon favorito (que incluye a Nietzsche) aunque es muy pernicioso para su tarea confesa (“qué significa ser hoy de izquierdas”) es previsible, muy humana y viene a soldar la distancia entre lo real y lo fantasmagórico, reducir la disonancia cognoscitiva entre el Nietzsche real (íntegro: aristocrático, darwinista, racista, anticomunista, antisemita…) y el Nietzsche imaginado/imaginario (mutilado). La disonancia entre lo que es y lo que debería ser la rellena la ideología del Dilettante. Luis R. J., como buen intelectual profesional “progresista”, debería saber que los cánones son expresión de una escala de valores que responde a unas relaciones sociales concretas, diríamos materiales. Por ello es que aquí ya no está en juego el entendimiento preciso de lo que “realmente quiso decir Nietzsche”, ni ninguna actividad crítica de reapropiación proletaria de la tradición reaccionaria, sino mantener intacto un sistema de creencias. Creo, luego existo. La “lectura” se transforma en un obligado artículo de Fe. Se impone con naturalidad no la voluntad de interpretar, sino la voluntad de olvidar, reprimir, obviar… ¿La prueba del Pudding es que se puede comer? Pues bien analizaremos ese artículo del bravo escudero nietzscheano Luis R. J. que, en contraposición a mi pérfido brulote, aborda “de forma rigurosa” la relación de Nietzsche con la política. No lo hacemos por casualidad, ya que según Luis R. J. sus puntuaciones sobre el tema “serían suficientes para criticar el artículo de González Valera” (sic).

Luminosidades imprecisas o la voluntad de olvido: Luis R. J., en su artículo autocalificado por él mismo de “riguroso”, se pregunta por qué existen “múltiples lecturas políticas” de Nietzsche (es decir: reclamaciones desde la extrema derecha al anarquismo). En cambio de encontrar el “error” en la recepción e interpretación de Nietzsche desde el campo intelectual, Luis R. J. con una lógica plana, deduce que la culpa de tanto embrollo en la Querelle debe ser ¡del propio Nietzsche!. ¿Nuestro casi divino Nietzsche es tan contradictorio como para que lo reivindique Mussolini y al mismo tiempo Foucault? Sin sospecharlo ha arrojado al niño junto con el agua sucia de la bañera. Luis R. J. reacciona rápido e inventa –no le falta imaginación– la siguiente fórmula: lo ambiguo no es el Nietzsche de carne y hueso (¡faltaba más!) sino el “carácter contradictorio de su obra” (sic). O sea: el Nietzsche encarnado en un cuerpo humano no coincide con su obra escrita, en la cual, según Luis R. J., Nietzsche “lo afirma todo y al mismo tiempo lo niega todo”. Por lo tanto, tal como hace Luis R. J., la entera obra nietzscheana es una feria de saldos filosófica en la cual “cada cual puede elegir lo que más le interese”(sic). Allí están todas las negaciones y contra afirmaciones de Nietzsche, para servirnos de ella y orientar la veleta ideológica hacia el Norte que más nos plazca. Así es cómo Luis R. J. ve la entera obra de Nietzsche; no la comprende mucho, le parece que Nietzsche se contradice y luego no, y luego sí, en fin, un embrollo. Exhausto llega a la conclusión que el problema no son las limitaciones del lector Luis J. R. sino las introyecta en el propio Nietzsche. Este hallazgo puede revolucionar la ciencia de la hermenéutica, ya que su método radical de lectura e interpretatio permite que coexistan obras ambiguas (con contradicciones lógicas) con autores coherentes. ¿El estilo no es el hombre? ¿Cómo sabe que Nietzsche era coherente y su obra no? ¿Acaso por su correspondencia, por su praxis o por testimonios de su círculo de familiares y amigos? No lo sabemos, pero el método “riguroso” de Luis R. J. sin duda hará historia. La propia esquizofrenia de Luis R. J. (por favor Nietzsche no tiene nada que ver con esta fantasía) como intelectual escindido, sus propias limitaciones son proyectadas sobre Nietzsche y se presenta este mecanismo primitivo como un método científico no sólo de leer con corrección un autor sino “para profundizar sobre lo que significa hoy ser de izquierdas”. Un espantajo, la escisión contradictoria y ridícula (por inexistente) entre un autor que “rechaza las medias tintas” y una obra “ambigua y contradictoria” se nos vende en el mostrador de las novedades filosóficas como el más avanzado método riguroso para conocer la “verdad política del autor”. ¿Y el método altisonante, anunciado con fanfarria y fuegos de artificio, qué produce finalmente? Nos enteramos que Nietzsche “niega reiteradamente que tenga una posición política en el sentido convencional de la palabra”. Primero el método “riguroso” no nos señala en qué momentos y en que parte de su obra Nietzsche niega tantas veces como Simón Pedro; segundo, Luis R. J. deberá explicarnos qué es para él “sentido convencional de la política”… ¿el sentido en el siglo XIX? ¿el sentido clásico? ¿el sentido del siglo XX? ¿el sentido del propio Luis R. J.? Si entendemos política como esa síntesis de logos más acción, Nietzsche sí tiene una posición política: desea, lucha y escribe para modificar el status quo de Alemania y de Europa. Si nos referimos al sentido en el siglo XIX Nietzsche aborrece la pequeña política, la que conlleva el estado de partidos y la democracia liberal, su utopía es el retorno a una época trágica de Señores y Siervos, incluso instituyendo la institución de la esclavitud y la guerra. Si fue el capitalismo el que escindió la economía y la política, el que creó al bourgeois y al citoyen en esferas separadas y autónomas para asentar su dominio como clase, es obvio que Nietzsche quiere abolirlas definitivamente. Cuando Nietzsche se refiere a sus ideas políticas siempre habla de la “Gran Política” (gross Politik) para diferenciarla de la “keine Politik”, la politiquería de la democracia liberal y el sistema de partidos y sindicatos. Si Nietzsche en su juventud intenta construir un partido (el wagneriano) lo hace para que nunca más existan partidos políticos, ni sufragio universal… Debemos señalar que en su época de Basilea Nietzsche era un nacional-liberal estilo Heinrich von Treitschke, le guste o no al método “riguroso”. ¿No es su declaración de admiración a Bismarck una posición política en el sentido convencional del término? Si yo admiro y elogio a Franco… ¿no es una posición política convencional o hace falta ponerse la camisa azul y exhibir el carné de afiliado? Pero todo esto a Luis R. J. le parece superfluo, él no quiere trampas, ni artículos falaces, su “filología del futuro” abordará uno de los temas más discutidos sobre Nietzsche: su antisemitismo, su judeofobia. Por supuesto en la época en la cual vivía Nietzsche (la cronología no es el fuerte del método “riguroso”) existían “las primeras semillas de los movimientos nacionalistas y antisemitas que cristalizarán históricamente en el nacional socialismo… estos círculos lo presionan reiteradamente para que se adhiera explícitamente… vienen del que fue su editor hasta 1844, Enst Schmeitzner y sobre todo de su hermana, Elisabeth y del marido de ésta, el dirigente antisemita Bernhard Förster” (todo sic). Obviemos los errores de fechas y tipográficos de los nombres propios. El método de Luis R. J. es curioso: teniendo a su disposición toda la obra escrita de Nietzsche (incluso ahora en español), toda su correspondencia, sus fragmentos inéditos y póstumos, además de testimonios de amigos y colaboradores cercanos, su hermenéutica de la inocencia busca expurgar a Nietzsche con… un par de anécdotas. ¿¡Para qué leer a Nietzsche!? Nos basta con una anécdota y listo, dice la filología del futuro. Esto si que es rigurosidad, esto si que es crítica difícil, esto es arte de la interpretación… lamentablemente las anécdotas no sólo están mal contadas sino que además son falsas, inexistentes.

Primera anécdota falaz: Seguramente Luis R. J. la ha tomado, de buena fe, de una fuente de segunda mano (sí, Bataille también se equivoca) la historia de que Nietzsche rechazó unirse al antisemitismo de su editor y que rompió por ese tema con él. En primer lugar su editor desde 1874, Ernst Schmeitzner, era originalmente amigo y admirador de Nietzsche, luego se metió en el negocio de los libros y finalmente editó los libros de Nietzsche luego de que Fritzsch, el editor anterior de él y Wagner, quebrara. Es parte de la leyenda urbana de los nietzscheanos el mito que su editor dirigía un círculo antisemita que deseaba incorporar a Nietzsche (¿por qué no nos dice Luis R. J. cuál era el nombre de tal asociación?). La verdad es otra y menos épica: en realidad se reducía a un problema de crematística: dinero y derechos de autor. No lo dice “González Valera” sino todos sus biógrafos. La editorial de Schmeitzner empezó editando el librito sobre Schopenhauer y así sucesivamente. Los libros de Nietzsche se vendían muy mal (o no se vendían); Nietzsche no cumplía con los plazos de entrega de originales y con las correcciones. El editor encontró un negocio millonario en la publicación de toda la prensa antisemita de moda en Alemania y Austria; Nietzsche simplemente se dio cuenta que el editor lo dejaba de lado por lo que le generaba dinero. Nietzsche impuso un pleito contra Schmeitzner, ¡en 1885!, con el objetivo de recuperar sus obras, sus derechos editoriales y la libertad de re elaborarlas. Este conflicto financiero judicial privado se presenta en el método “riguroso” de Luis R. J. como un rechazo activo “en contra de este movimiento [antisemita]” (sic). Esto si que es levantar un estropajo para derribarlo con facilidad… No le podemos pedir mucha rigurosidad en este aspecto de la propia historia de la evolución intelectual de Nietzsche, ya que Luis R. J. por ejemplo dice sin sonrojarse que “el único cambio radical en su obra es el paso del entusiasmo a la decepción por la cultura alemana de su época”. Más le valdría repasar al método “riguroso” los estudios escolares que han establecido con base en los propios textos, al menos cuatro “cambios radicales” en Nietzsche.

Segunda anécdota falaz: la “filología del futuro” no necesita recurrir a lo que escribió realmente Nietzsche. Eso es del pasado, pertenece a métodos tramposos, fallidos, simplistas. Luis R. J. prefiere ir a lo seguro y lo seguro es repetir rumores. Si hay un tópico ideológico trillado y que se repite una y otra vez, un verdadero Hoax filosófico del nietzscheano de izquierda, es el del papel monstruoso y distorsionador de su hermana y cuñado. Este topoi se divide en dos leyendas: la primera es sobre el rechazo de Nietzsche a entrar en el proyecto de una colonia alemana aria en Paraguay liderada por su hermana y su cuñado; la segunda leyenda es que la hermana, Elisabeth, cuando creó el “Nietzsche Archiv” editó y tergiversó los escritos de Nietzsche para adaptarlos al nacionalsocialismo. Luis R. J. dice que estas desavenencias contra el antisemitismo se citan claramente “en una carta que envía a su hermana en diciembre de 1887”. La carta de la que habla el método “riguroso” no es a su hermana, va dirigida a su madre, está fechada el 29 de diciembre y le dice lo siguiente: “desde que he leído la ‘Correspondencia Antisemita’ ya no guardo consideración alguna… Éste partido me ha malquistado uno tras otro con mi editor, mi fama, con mi hermana, con mis amigos… nada se opone tanto a mi influjo como el que el nombre de Nietzsche haya sido puesto en relación con antisemitas tales como Eugen Dühring: no tiene que tomárseme a mal si recurro a métodos en defensa propia”. Lo del editor ya lo sabemos, problemas de deudas impagas, pero: ¿y la referencia a Dühring? Desde joven Nietzsche adquiere y lee con detenimiento los libros del filósofo-economista (y antisemita) Eugen Karl Dühring, en especial su "Curso de filosofía considerada como configuración vital y cosmovisión estrictamente científica", el mismo que demolió Engels y luego Lenin. Dühring calificaba al marxismo como una “aberración racial hebrea”, y él mismo era una mezcla extraña de socialista antisemita. No es lugar para extenderse sobre este tema, pero básicamente Nietzsche pretende distinguirse del antisemitismo burdo (“feudal”) y del antisemitismo “anticapitalista” (que era entendido como germen de la socialdemocracia), ambos activos en su época. Mientras para Dühring la cuestión judía es entendida como “cuestión social”, para Nietzsche la cuestión social debe entenderse como una mera “cuestión judía” (una invención del ressentiment hebreo-cristiano). En cuanto al cuñado de Nietzsche, que sí fue un agitador antisemita, en 1885 publica un libro (sobrio y fundamentado científicamente) titulado “Die deutsche Kolonie Neu-Germanien in Paraguay. Aufruf, Bedingungen und Rathschläge für Ansiedler. Nebst Karte der Kolonie”, que Nietzsche leyó con detenimiento en Niza. El libro era el proyecto de crear colonias alemanas, racialmente puras, transplantando la cultura de la Alemania guillermina del IIº Reich, constituyendo minorías influyentes que pudieran modificar los estados pre existentes y que en un futuro llegaran a ser la clase gobernante/dominante. La tarea de los colonos arios era liberar a los pueblos sudamericanos de la “influencia que el judaísmo hispánico ejerció sobre la estructura moral de esos pueblos”. Trasplante de la cultura germana a un suelo nuevo con el apoyo del gobierno de Paraguay y un futuro dominio racial. Era un proyecto que estaba de moda en la época: los sionistas que escapaban de los pogroms en Rusia tenían un proyecto parecido en Argentina. Nietzsche no apoya el proyecto primero por razones políticas: la Cultur que se intenta trasladar a Sudamérica… ¡es el nihilismo alemán gullermino mezcla de liberalismo y socialismo que aborrece y critica!; en segundo lugar por razones de gusto aristocráticas: “Soy de sentimientos demasiado aristocráticos para colocarme al mismo nivel, tanto en el plano jurídico como en el social, de veinte familias de campesinos, como está escrito en el programa [de la colonia]”. El antisemita Bernhard Förster era demasiado “igualitario”, demasiado “democrático” a los ojos del rebelde aristocrático de Nietzsche. Su cuñado y su hermana finalmente fundarán la colonia, “Nueva Germania”, que concluirá con un fiasco económico y social total. Sin embargo Nietzsche lo ayudará financieramente cuando se lo pida y las relaciones serán tan buenas que cuando su cuñado se suicide (1899) le dejará en su testamento tierras en Paraguay.

El “complot” de Elisabeth: toda una serie de biógrafos, comentaristas y scholars repiten sin descanso el aparente papel nefasto de su hermana, Elisabeth Förster-Nietzsche, que habría inventado o manipulado el proyectado libro “Der Wille zur Macht”( “La Voluntad de Poder”), de manera de transformarlo en uno de los pendants ideológicos del IIIª Reich. Una mujer poco dotada intelectualmente, con una formación básica, deviene la inspiradora entre bambalinas de un movimiento político de masas y de una geopolítica racial que desembocará en la Segunda Guerra Mundial. Luis R. J. repite el lugar común de la hermenéutica de la inocencia: “su hermana… manipulará sus escritos póstumos”. A contrariis Elisabeth hizo todo lo posible por presentar a Nietzsche como un crítico del germanismo a ultranza ya desde su piadosa biografía, “Das Leben Friedrich Nietzsches” (1895-1904): allí presenta a Nietzsche como paradigma del “buen europeo por excelencia”, llegándolo a comparar en personalidad político-histórica con el presidente de los EEUU de entonces Theodore “Teddy” Roosevelt (por cierto: Luis R. J. me reprochaba en su crítica que “dudo que alguien haya considerado a Nietzsche un buen europeo”: bueno aquí lo tiene) y en un intento apologético trata (sin lograrlo: ahí están los textos) de separarlo de la judeofobia y el teutonismo que emanan de sus escritos. ¿Y Elisabeth como editora traidora al espíritu de Nietzsche? Lo irónico es que si contrastamos la edición del “Nietzsche Archiv” de “La Voluntad de Poder” con los textos correspondientes de los escritos póstumos, podemos llegar a la conclusión opuesta que sostiene la hagiografía dominante. Una tarea que podía haber hecho Luis R. J. con su método “riguroso”. Contra la leyenda de la hermenéutica de la inocencia, Elisabeth “interpreta” al filo de la censura pasajes demasiados embarazosos e incluso trata de incluir “comentarios positivos” sobre intelectuales judíos (como Heine, Offenbach, Mendelshon, Rahel Varnhagen) para intentar balancear los fragmentos póstumos. Elisabeth protege y feminiza los textos. Y le doy a Luis R. J. un ejemplo: compare el parágrafo § 872 de la edición supuestamente “nazificada” por Elisabeth de 1901 con los fragmentos póstumos y verá el manto de piedad sobre las terribles afirmaciones de Nietzsche sobre la negación del derecho a la existencia de pueblos débiles. Especialistas serios y filonietzscheanos (por ejemplo Mauricio Ferraris) han llegado a la conclusión que la edición de Elisabeth no ha modificado ni distorsionado en profundidad los fragmentos como para comprometer la lectura y la interpretación. Acta est fabula. El método “riguroso” no ha podido sostener ni siquiera un par de anécdotas. Este singular santuario ideológico y mitológico que los intelectuales “progresistas” intenta construir en torno a Nietzsche es muy curioso porque olvida el debate, dentro de la misma izquierda europea del fin del ‘900, de las inquietantes tesis reaccionarias de Nietzsche. Basta recordar a un discípulo de Feuerbach, Julios Duboc o sociólogos socialdemócratas como Tönnies o el padre de los socialistas alemanes Franz Mehring o incluso el entonces joven menchevique León Bronstein (Trotsky).

Un bolero falaz: un fallax en la antigua Roma era un embustero profesional, un hipócrita, embustero, pérfido, insidioso e hipócrita. Los que acuñaban dinero falso eran acusados de fallax. El método “riguroso” se presenta como un falsificador de monedas magistral: te ofrece oro pero es latón reciclado. Es un fiasco hermenéutico, mezcla rápida de fuentes de tercera mano con anécdotas sin confirmar. Poco rigor textual, lexicográfico o semántico. El método “riguroso” es además profundamente ahistórico, religioso, una forma de interpretar textos (e interpretar es “comprender” el sentido del que lo escribió) que retrocede incluso detrás de la Reforma. Si analizamos el texto de Luis R. J. coincide con muchos otros en su falta de precisión textual, en su inconfesable atracción por una “vaca sagrada” consagrada en el Olimpo académico, pero en especial que Luis R. J. ha asimilado a Nietzsche a través de las gafas desenfocadas de Bataille, Deluze, Foucalt & Co. Su texto repite los mismos errores de sus padrinos adoptivos, uno tras otro. Pero hay algo más: Luis R. J. se mueve ideológicamente en la esfera de lo que Hegel llamaba la “certeza sensible”, la primera figura de la conciencia, la creencia ingenua según la cual la realidad se da como simple inmediatez. Así cuando se encuentra con palabras claves de Nietzsche (“trágico” o “vida”) no las reconduce al horizonte hermenéutico del propio autor, a su campo intelectual e ideológico, sino que las toma sin más, en su languidez escolar, en su sentido literal de diccionario. Cuando se encuentra en el texto con el concepto “Vida” (Leben) Luis R. J. se alegra y acepta su uso vulgar enciclopédico de que es alguien “que apuesta por la vida… la vida… está del lado de la revolución” (sic); cuando encuentra el concepto “cultura” (Cultur) a Luis R. J. se le ilumina el corazón, ya que el sentido común dice que si alguien quiere transformar la cultura y sus valores debe ser un pensador europeísta, y así sucesivamente. El final del método “riguroso” repite fórmulas gastadas que utilizan los nietzscheanos de izquierda ante la prueba incontrastable de lo que el Nietzsche real escribió y de su práctica concreta. La ultima ratio es negar que escribió. Y es que lo que no se desea es leer literalmente: “Se debe leer a Nietzsche como se escucha la música” (Giorgio Colli); “Quien se toma a Nietzsche al pie de la letra está perdido” (Thomas Mann); “la individualidad de Nietzsche es irreducible [a un análisis histórico y semántico de sus textos]” (Foucault); “No se comprende en absoluto a Nietzsche si se considera lo que ha sido por escrito” (Sloterdijk) y siguen las firmas. Los nietzscheanos coinciden en un importante punto: la reconstrucción histórico-filológica es irrelevante. A la Razón le oponen la Fe. El problema es que este “mood” espiritual no sólo está en las cátedras universitarias y en la ideología política de la Intelligentsia “progresista” sino que ha influido en primer grado en las propias traducciones y ediciones en español. Ya este tema a Luis R. J. no le interesa, pero una tarea de crítica ideológica interesante, una verdadera aventura intelectual, sería el “método” consciente de las versiones españolas de Nietzsche (por ejemplo las de Sánchez Pascual, aunque no son las únicas) que re envían constantemente a la preocupación de remover y reprimir, como elemento extraño o espurio, el mundo histórico y político. ¿De qué nos sirve esta pobre aventura intelectual? ¿Cómo reapropiarnos críticamente de un pensamiento al que no se alcanza ni siquiera a leer científicamente? Paul Valery decía con razón “no me leerás si antes no me has comprendido”. Nunca tan válido como para Nietzsche y el método “riguroso”.


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viernes, junio 06, 2008

El joven Nietzsche o el instinto aristocrático como política:


Miserias del nietzschéisme: Nietzsche no es que esté de moda: Nietzsche es la moda o mejor dicho es la moda de las modas. El retorno a Nietzsche ya no es exclusiva de los círculos de la vanguardia intelectual o de los departamentos de letras. El retorno a Nietzsche es ya una “gran política” concreta y verificable. El más intempestivo y aristócrata de los filósofos se presenta como un liberal individualista, el paradigma del “buen europeo”, incluso un “anarka” simpático e irónico. La hermenéutica de la inocencia permite que en un órdago curioso lo reivindiquen izquierdistas malogrados, anarquistas de cátedra, hasta ex intelectuales comprometidos. Por supuesto del otro lado están los nietzscheanos de siempre, los que lo leyeron correctamente: nazis, neo-fascistas y conservadores de toda la vida. Nietzsche es parte de nuestro sentido común. Lo hayamos leído o no; lo hayamos interpretado bien o no, el Nietzscheísme ha conquistado nuestros corazones y mentes, desde la currícula universitaria al periodismo profundamente cultural y gran parte de la llamada opinión pública. Pero: ¿qué es el Nietzschéisme? Es parte de la ideología del liberalismo libertario, fase del capitalismo globalizado, del capital posfordista, cuyo elemento distintivo es represión total al productor y libertad total al consumidor. Esta fase “post” del capitalismo se ha liberado del viejo odre del estado asistencial (o populista en América Latina) y ya no necesita extensiones artificiales en su corpus ideológico. Por eso el Nietzschéism es primeramente un revisionismo filosófico (la edulcoración sistemática del Nietzsche real) que permite continuar un combate contra Marx desde un perspectivismo contextual a una pretendida sociedad ideal de consommation. Los symptômes están ahí y son notables: una nueva “Festung” Europa dirigida por una aristocracia natural, la reducción del hombre a su biología, la interpretación étnica del delito y de la geopolítica, la reducción del conocimiento y la ciencia a su rentabilidad, el desprecio de la razón por impulsos emocionales e intuitivos, la justificación de la superioridad moral-racial de Occidente, formas de dandysme cultural, reivindicación y recurso al mito (y a referencias teológicas), nuevas formas de esclavitud laboral… El Nietzschéism quizá entra en su fin de ciclo histórico, pero vale la pena preguntarse: ¿es válida esta recuperación desde el campo progresista? ¿Es posible encontrar a través de todos los Nietzsches posibles una coherencia política? ¿No existirá una complicidad secreta, vergonzosa, oculta en la asimilación amistosa de Nietzsche en el courant intelectual de la ideología dominante? ¿Es Nietzsche el autor perfecto para combatir estructuralmente al pensamiento de la revolución?

Un experimento intelectual:
Estamos en Berlín, a fines del año 1872. Caminamos por el boulevard céntrico, la Unter den Linden. Es la capital de un imperio encabezado por Prusia y dirigido por la figura del Bundeskanzler Otto von Bismarck. La Gran Alemania ha dominado y vencido a Austria y derrotado a la gran Francia en sucesivas guerras relámpagos de agresión y rapiña. Ha empezado a construir un pequeño imperio colonial en África. Este Reich bismarckiano era “un despotismo militar emperifollado con formas parlamentarias, mezcla de propiedad feudal e influencia burguesa, con armazón burocrático y sustentáculo policial” en palabra de Marx. El aparato del estado, el poder político y militar quedan en manos de los príncipes prusianos, Junkers. Nos detenemos en una librería y entramos a ver las últimas novedades. Nos fijamos en un libro que lleva un título extraño: “Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik” (“El Nacimiento de la Tragedia desde el Espíritu de la Música”). Es un libro impreso en octavos, con bandas doradas en tapa dura. Abrimos sus primeras páginas, el editor es una pequeña editorial que imprime las obras del músico Richard Wagner, E. W. Fritzsch de Leipzig, ¡una editora de partituras!, y nos encontramos con un grabado no muy feliz de Prometeo encadenado dentro de un círculo realizado por un escultor, un tal Leopold Rau. Buscamos los datos del autor: se trata de un profesor alemán de filología clásica que enseña en Suiza, en Basilea, su nombre Friedrich Nietzsche. Nunca habíamos oído hablar de él. Lo hojeamos un poco sin que el librero se enoje. Nos detenemos en el prólogo del autor: está dedicado al músico Richard Wagner, es celebrado como una figura legendaria por haber escrito un magnífico escrito sobre Beethoven. El joven autor le llama “mi sublime precursor”. ¡Entonces es un libro de homenaje a Wagner! No, no… ¿Un libro de musicología? No, tampoco. Seguimos hojeando y el autor critica a la ópera. ¿O será un libro de crítica musical? ¿Un filólogo del scherzo? Miramos más detenidamente el libro y observamos que el autor señala que es una contribución a la ciencia de la estética. ¿Un libro de filosofía del arte? No, tampoco. Seguimos leyendo y vemos desfilar a Esquilo, Sófocles, Eurípides, Sócrates, Platón… ¿será un libro sobre la lírica y el arte griego? ¿Una historia de la tragedia antigua? Pero aparece una crítica a la opera moderna... Al mismo tiempo el autor señala que los problemas que expone en el libro “son un problema seriamente alemán”, y que su escrito habla de las “esperanzas alemanas”. ¿Un libro de política profética? Confundidos nos lo llevamos a ver de qué trata. El librero nos cobra, nos envuelve el libro y nos cuenta que es una edición limitada, rara, que sólo se han impreso 625 ejemplares para la distribución y que en su librería sólo han llegado dos. Nos volvemos a casa sin saber todavía qué quiso transmitir Nietzsche en el libro que llevamos bajo el brazo. No nos preocupemos, la gran mayoría de los nietzscheanos, de Brandes a Onfray, tampoco.

Ego ipsissimus: Esta ficción simplemente señala las dificultades (y facilidades) que tiene leer a Nietzsche superficialmente, como un lector ingenuo que sólo barre la superficie. Como toda la obra de Nietzsche su primer libro publicado, hablamos de “El Nacimiento de la Tragedia desde el Espíritu de la Música” es autoconfesional. Nietzsche recordó en sus fragmentos póstumos que “mis escritos hablan únicamente de mis propias vivencias, en esto soy, con el cuerpo y con el alma (¿para qué negarlo?), ego ipsissimus”. Ese “libro sobre los griegos”, en realidad no habla de la tragedia ática (y por eso fue mal recibido por los colegas de la corporación universitaria). Ni su objetivo era renovar la filología. En absoluto. Esa fue la causa de su pésima recepción y del estupor que causó: lo leyeron quienes no deberían haberlo leído y los lectores que deberían haberlo leído no lo leyeron hasta cincuenta años más tarde. Tampoco el libro se reduce a una elegía dirigida a Richard Wagner, aunque lo es. Por eso es un libro “intempestivo” y con mucho lenguaje esópico: incomprendido e incomprensible para los espíritus cultos de la época. Todos sus libros son manifiestos filosófico-políticos extraídos de sus vivencias más íntimas. No en vano el propio Nietzsche define a sus libros como “Centauros”, híbridos, donde la filosofía, la filología, la historia de las religiones malviven adosadas al cuerpo de un animal político. Eso desubica al lector especializado o al académico: sus libros en realidad no hablan de lo que parecen hablar o si lo hacen la imagen del tema expuesto es simplemente el atril que el autor utiliza. Como Marx su escalpelo es el concepto de Kritik. Como Marx en “Das Kapital”, Nietzsche separa el Forschungwiese, el modo de investigar la cosa, del Darstellungwiese, el modo de exposición del objeto. Su modo de abordar y agotar el objeto es caprichoso, asistemático, volátil; su modo de exponer lo que piensa es siempre un diálogo y una llamada a la acción. Como Marx, Nietzsche es el autor que nunca completa o concluye nada; como Marx, Nietzsche intenta y anhela hacer un sistema pero toda su obra termina transformándose en un gran monólogo frente a un auditorio de amigos, conocidos y admiradores. Como Marx los escritos de Nietzsche son eminentemente políticos o mejor dicho: soportan una lectura en clave político-ideológica. Su primer libro no puede ser considerado atribuyéndole algún mérito a la comprensión de la “grecidad” o una aprehensión más adecuada de la tragedia ática. El propio Nietzsche niega este objetivo en el mismo libro. Su objetivo es de crítica al presente, el Jetzeit burgués liberal, una Kulturkritik, un doble mandoble tanto a la ideología moderna burguesa como al socialismo en auge. La excusa griega le sirve como pretexto para atacar una Weltanschauung cosmopolita optimista, a la que le opone un Pessimismus aristocrático nacional (=alemán, ario, teutón) y racial. Su mensaje está dirigido a la “Gran Política”, como la llama. Aquí hay poco rigor filológico (basta leer las críticas del eminente filólogo contemporáneo Wilamovitz o de su padrino académico el profesor Rischl que definió al libro como “brillante extravagancia”), poco rigor filosófico (su formación era deficiente y de segunda mano como lo reconocen sus biógrafos), bastante darwinismo social (en una de las pocas recensiones a su obra el cronista declara que se ha “trasplantado el darwinismo con velos musicales”) y mucho posicionamiento político. ¿Se trata de un manifiesto político, de un panegírico de partido? Intentemos juntos esa lectura.

Bismarck como vino fuerte y espirituoso: Estamos en una época “excitante” según el propio Nietzsche: la fisonomía de la moderna Alemania como la conocemos más o menos hoy data del 18 de enero de 1871, día en que el rey de Prusia aceptó (no sin resistencia) en la bella Galería de los Espejos del palacio imperial de Versailles el título de “emperador alemán”. Nacía el Segundo Reich y nacía a consecuencia de una guerra agresiva y se coronaba humillando al enemigo en su propio territorio y en un edificio que simbolizaba el poder de Francia. Se realizaba la unidad de Alemania pero no como la habían soñado los demócratas de 1848 (incluidos Engels y Marx). El artífice de la unión nacional no era ni la burguesía liberal, ni la clase obrera aliada al campesinado pobre del Este, sino un general llamado Bismarck y su cohorte del estado mayor prusiano: Moltke & cia. El Reich se constituía como un cesarismo autoritario aglutinado mediante la fuerza, la guerra de conquista con sus vecinos: “es un despotismo militar emperifollado con formas parlamentarias, mezcla de propiedad feudal e influencia burguesa, con armazón burocrático y sustentáculo policial” (Marx). Prusia además era un moderno estado industrial, con una cámara elegida por el sufragio universal masculino (una rareza en Europa en esa época) pero debajo de la mascarada democrática se escondía una simple dictadura. La cámara sólo sugería y el Bundeskanzler hacía lo que quería sin fiscalización ni control parlamentario. Además las leyes electorales eran muy restringidas y estaban diseñadas para minimizar al máximo el voto urbano. En 1869 en Eisenach se había creado el Sozialdemokratisches Arbeiterpartei Deutschlands (SPAPD), el partido socialdemócrata bajo los auspicios de Engels y Marx desde Londres. Contaba con diez mil miembros y su programa se inspiraba en el de la Iº Internacional. Era en esos momentos el cuarto partido político alemán con doce diputados. Era el terror personificado a ojos de la burguesía europea. Bismarck, el canciller de hierro, hizo todo lo posible por eliminar al joven partido, hasta llegó a disolver el parlamento. “Gegen Demokraten helfen nur Soldaten” (“contra los demócratas solamente sirven los soldados”) decía Bismarck. El entonces diputado August Bebel, tornero autodidacta, quién luego sería uno de los fundadores de la socialdemocracia alemana, decía que “este Reich, penosamente forjado a sangre y fuego, no es lugar propicio para la libertad burguesa y menos aún para la justicia social… El sable ha ayudado al alumbramiento del Imperio y el sable lo acompañará a la tumba”. Otro diputado socialista, Wilhelm Liebknecht (el padre de Karl, el compañero de Rosa Luxemburg) calificaba al nuevo Reich como una “compañía principesca de seguros contra la democracia”. Ambos intentaron dentro de la legalidad de hacer escuchar su voz y oponerse a lo que consideraban una política injusta. Obviamente Bismarck ordenó la inmediata prisión de ambos diputados y de todos los miembros del comité central del partido socialdemócrata por haberse opuesto a las guerras imperialistas y votar contra la ampliación de los presupuestos de guerra. Ambos fueron juzgados y castigados con dos años de prisión. Entonces como decíamos el aparato del Estado, el poder político y militar quedaban en manos de los príncipes prusianos, los famosos Junkers y el prusianismo imprimía su sello ideológico a todo el régimen. Bismarck tenía una frase clara y concisa para explicar la lógica de su política interna y externa: “Las grandes cuestiones no serán resueltas por medios de discursos… sino a sangre y fuego”. Bismarck había sido primer ministro de Prusia desde 1862, dotó al reino de un ejército poderoso y una eficaz burocracia, derrotó a Austria en 1866, se anexionó territorios y con la alianza de la aristocracia junker del Este y la burguesía liberal del Oeste, unificó a Alemania económica y socialmente, desde arriba. Hacia 1870 Alemania tenía un solo competidor en Europa: Francia gobernada por Napoleón III. Bismarck maniobró con tal habilidad buscando la guerra en el momento oportuno, hasta que Francia pareció el país agresor. Francia fue derrotada en Sedán y al mismo tiempo la débacle francesa produjo un inesperado levantamiento popular espontáneo en Paris que condujo a la Comuna de París, el primer esbozo de un gobierno obrero y popular. Una dictadura del proletariado. En este contexto “excitante” es en el que el joven filólogo-filósofo Nietzsche escribe su primer libro. Sabemos por cartas a su madre que siempre se consideró a sí mismo un “granadero prusiano”, que alaba sin remilgos la gesta de Bismarck contra Austria y Francia como un “gran movimiento político-bélico”, que los discursos de Bismarck (que leía compulsivamente) le parecían magníficos: “Bismarck me proporciona inmensas satisfacciones. Leo sus discursos como si bebiese un vino fuerte: reteniendo la lengua para no tragar demasiado de prisa y prolongar el placer. Las maquinaciones de sus adversarios (socialistas y liberales) las concibo sin dificultad, pues es necesario que todo lo pequeño, estrecho y sectario se encabrite contra tales temperamentos y les haga una guerra eterna”. No sólo eso: en textos de la misma época anuncia su intento de reconstrucción del espíritu verdaderamente alemán en una síntesis sorprendente entre la "extraordinaria audacia de la filosofía alemana y la fidelidad del soldado alemán experimentada en los últimos tiempos". Nietzsche adora a Bismarck y a su mano derecha, el genio militar de von Moltke. Sabemos que, a pesar de estar en un país neutral (Suiza), la conmoción chauvinista le empujó a presentarse como voluntario para combatir en la guerra contra la Francia decadente y jacobina. El joven Nietzsche estaba ilusionado tanto por el resurgimiento imperial alemán como por la derrota total de la cuna de la subversión plebeya: “Tenemos el éxito, ahí está; pero mientras París continúe siendo el centro de Europa, las cosas seguirán como antes. Es inevitable que hagamos un esfuerzo por trastrocar este equilibrio, o al menos procurar trastrocarlo. Si fracasamos, entonces podemos esperar que caeremos uno tras otro en un campo de batalla, alcanzados por algún obús francés… mis simpatías naturales son con Prusia y entonces veo esto: una acción dirigida con grandeza por un Estado, por un Führer; una acción tallada en la sustancia verdadera que, en fin de cuentas, constituye la historia; no moral, seguramente, pero para el que la contempla, suficientemente edificante y bella…la historia ¿es otra cosa que el Combate sin fin de intereses innumerables y diversos en lucha por al existencia?”. No sólo él: toda la línea política nacional-liberal y conservadora se ilusionaba con una Europa bajo la égida alemana y un renacimiento sin parangón de la superioridad racial y cultural aria. Pero Nietzsche tampoco es acrítico con Bismarck, su desconfianza hacia este recién nacido Segundo Reich es desde la extrema derecha: “Prusia está perdida (si sigue en esta línea), los liberales y los judíos lo han arruinado todo con sus comadrerías… han destruido la tradición, la confianza, el pensamiento”. Bismarck no es suficientemente bismarckiano, es un prusianismo a medias que necesita del empuje del “partido de la vida”. Bismarck tiene problemas con la iglesia católica, con la prohibibión del partido socialista, incluso quiere imponer... ¡la educación gratuita y universal para todos! Contra la hagiografía que nos obliga a ver a Nietzsche como un genio filosófico eremita, alejado de la realidad y la coyuntura, impolítico, sus escritos (bien leídos) nos dan la impresión opuesta: son totalmente políticos si se los entiende tal como Nietzsche quería que se leyesen. Son escritos para un “nosotros”, escritos de partido. Su libro es el pendant político-filosófico de la plataforma de Richard Wagner, el protegé del rey Luis de Baviera II.

Wagner Partei: el joven Nietzsche se encuentra fascinado por el músico Wagner y sus ideas de una regeneración alemana. Wagner era a sus ojos “su sublime precursor”, su libro se presenta como “un diálogo con Richard Wagner”, elogia su estudio sobre Beethoven, y las alabanzas no paran de brotar… pero: ¿quién era Wagner? Compositor, director de orquesta, poeta, teórico musical alemán pero además un ensayista político que ejercitaba ese género tan particular alemán, la Kulturkritik. Wagner de joven fue un radical-demócrata y participó en las revoluciones de 1848; en su ensayo "Was ist Deutsch?" (“¿Qué es alemán?”) (1865), Wagner intenta explicar el fracaso de la Revolución del ‘48 debido al hecho de que al verdadero auténtico ser alemán se lo representó tan súbitamente por una clase de gente que era totalmente ajena a él y que le traicionó: burgueses y clases populares. Wagner se desengaño totalmente del modernismo liberal y se volvió un “reaccionario revolucionario” (quizá el primer conservador revolucionario). Su producción de óperas era paralela a una Weltanschauung teutómana, basada en una preponderancia de lo nórdico y un furibundo antisemitismo extremo. El wagnerianismo als ideología es hoy considerado como precursor e inspirador de la imaginación antisemita, un protofascismo larvado y todavía inmaduro, que anunciará a futuros ideólogos y políticos reaccionarios y fascistas. El antisemitismo de Wagner se manifiesta en su vergonzoso libro "Das Judenthum in der Musik" (“La Judería en la música”) publicado bajo el seudónimo de K. Freigedank y más adelante re editado con una addenda bajo su auténtico nombre en 1869, casi cuando se encuentre con Nietzsche. En él, Wagner deplora la judaización del arte moderno y sostiene la tesis según la cual “el judío” es realmente incapaz de expresarse artísticamente debido a su raza, a su naturaleza, a debilidades orgánicos y fisiológicas: “naturales”. Los judíos incluso están incapacitados para la mera poesía, ya que al ser Heimatloss, carecer de unión a la tierra y a la patria, la mítica figura del “judío errante”, no pueden generar artificialmente una relación poética con la vida. Su conclusión es genérica: “el judaísmo es el mal de nuestra civilización moderna”. De estas premisas se deducía todo su programa de reformas político-culturales basadas en una “labor regenerativa de limpieza”. En el mismo momento en que Nietzsche terminaba su libro, Wagner editaba un opúsculo de homenaje a Beethoven, un exaltado phamplet germanófilo, donde el músico era el punto de renacimiento estético-político de la nueva Germania. En su prólogo original Nietzsche deja bien claro que es la mano derecha de esta plataforma reaccionaria: “mi libro es el producto de los horrores y sublimidades de la guerra que acababa de estallar” y a los lectores desatentos le llama la atención: “a los que leen realmente este escrito… su objetivo es un problema seriamente alemán (ernschaft deutschen Problem)”, prosigue Nietzsche, que de resolverse adecuadamente entonces estará “en el centro de las esperanzas alemanas (deutscher Hoffnungen) “, como “vórtice y punto de viraje”. ¿Esencia alemana, esperanzas alemanas, problemas alemanes’ ¿No estamos hablando del origen de la tragedia griega? ¿El nacimiento de lo griego se enlaza con la guerra franco prusiana? Pero Nietzsche estudió con detenimiento los escritos teóricos de Wagner, si se los puede llamar de esa manera, se pueso al servicio militante de su causa, luchar por el ideal wagneriano contra las tendencias de debilidad de Bismarck, contra las multitudes inertes y estúpidas, contra el socialismo y la democracia liberal, contra los parlamentos y sindicatos… Se ofrece a colaborar en la causa wagneriana con su propio aporte en dinero para agitprop, incluso se ofrece de voluntario como publicista para recorrer Alemania portando el mensaje del maestro y fundar asociaciones, Vereins, futuras semillas del Wagner Partei. Wagner se lo impide. Nietzsche le escribe entusiasmado a su amigo Gersdorff: “¡Dame dos años y verás extenderse una nueva concepción de la Antigüedad, que determinará un nuevo espíritu en la educación científica y moral de Alemania!”. El “Nacimiento de la Tragedia” será una adhortatio, una profesión de fe para todos aquelllos “que no se hallan completamente poseídos y oprimidos por las costumbres del tiempo actual… Nuestros libros, de aquí a entonces, no serán sino ‘anzuelos’ para ganar amigos y un público a nuestra Verein”. Nietzsche se consideraba un militante más: “No tenemos el derecho de vivir hoy día, si no somos militantes, militantes que preparan un soeculum [siglo] por venir”. A otro amigo, Rohde, le señala que “mucho me gustaría escribir alguna cosa en servicio de nuestra causa, pero no sé qué. Todo lo que proyecto es tan hiriente e irritante que, más que servir, perjudicaría”. Nietzsche también intenta atraer a peronajes influyentes hacia la causa: intenta captar al partido wagneriano a Margarita de Saboya. Se propone escribir un artículo para la prensa (el único en toda su obra) en respuesta a un alienista de la época que se había propuesto demostrar que Wagner estaba loco e incluso en Basilea intentó fundar una asociación wagneriana. Estas son las coordenadas de recepción que deben tenerse en cuenta al leer al joven Nietzsche: no puede recuperarse su obra (salvo para malinterpretarlo o distorsionarlo, salvo para construir una hermenéutica de la inocencia) reduciéndola a un equívoco sobre la “grecidad” (Deleuze, Vattimo) o un fallido homenaje a Wagner (Fink). Nietzsche es un filósofo “totus politicus” en toda su complejidad. Uno de sus primeros divulgadores del ‘900, Henri Lichtenberger, señala sin tapujos que esta obra era sencillamente “propaganda wagneriana” y que “no es muy seguro que Nietzsche haya comprendido bien a los griegos”. El pathos hiperpolítico lo reconoce el propio Nietzsche en su ensayo de autocrítica, insertado como nuevo prólogo en su re edición de 1886: “La base de este libro… es una cuestión de primer rango y máximo atractivo… que surgió durante la excitante época de la guerra franco-alemana de 1870/1871… mientras los estampidos de la batalla de Wörth se expandían sobre Europa… un libro imposible (unmögliches Buch)… construido a base de vivencias prematuras… en el umbral de lo comunicable, colocado en el terreno del arte… un libro altanero y entusiasta, que de antemano se cierra al profanum vulgus de los cultos (Gebildeten), más aún que al del Pueblo (Volk)… y esto en una época en que el ‘espíritu alemán’ (deutsche Geist), que no hacía mucho tiempo había tenido la voluntad de dominar sobre Europa, la fuerza de guiar a Europa, esa Alemania acababa de presentar su abdicación definitiva e irrevocable, y, bajo la pomposa excusa de fundar un Imperio (Reich), realizaba su tránsito a la ‘mediocrización’ (Vermittelmässung), a la democracia (Demokratie) y a las ‘ideas modernas’ (modernen Ideen)”. Es claro que si Nietzsche re edita su trabajo en 1886 es que su plataforma ideológico-política es válida, actual y operativa; segundo: queda claro el objetivo nietzscheano: no es ningún homenaje, ni al arte ni a la música, ni a la tragedia griega, todos temas que fungen como mediaciones e intermedios hacia el verdadero objeto del deseo: la crítica reaccionaria a la modernidad bourgeoise. Nietzsche, como lo confiesa con sinceridad, tuvo que “colocarlo” en un terreno extraño pero estratégico: el filológico, que podía usarse como martillo en la Kulturkritik a la modernidad. “El nacimiento de la Tragedia” es el “Manifiesto Comunista” del partido wagneriano, su profesión de fe. Su carencia de rigor filosófico, su profetismo desencadenado, su anacronismo y falta de rigor histórico son justamente los límites de una forma de escribir y comunicar políticamente que Nietzsche no repetirá en lo sucesivo. Nietzsche es consciente que su mensaje político-filosófico necesitaba otro Stil: “lo encuentro mal escrito, torpe, penoso, frenético de imágenes y confuso a causa de ellas, sentimental, azucarado hasta lo femenino, desigual en el tempo, sin voluntad de limpieza lógica, muy convencido,… altanero y entusiasta…”. Este temerario libro, juvenil, demasiado extenso, con aires sistemáticos, buscaba el nervio de la decadencia en Occidente en sus rasgos más modernistas: la democracia liberal, la nacionalización de las masas, el optimismo burgués y proletario, la felicidad para todos, los derechos del hombre, la igualdad de derechos, el comunismo como amenaza última. El joven filólogo exuda prusianismo, antimodernismo reaccionario y, por supuesto, judeofobia radical.

Unmögliches Buch, un libro imposible: “Todo filósofo esta ahí en primer lugar para sí mismo y en segundo lugar para otros: el filósofo nunca puede eludir en modo alguno esa duplicidad de relaciones… aunque se aísle rigurosamente, justo ese aislamiento habría de ser una ley de su filosofía… tal aislamiento se trocaría en una enseñanza práctica, en un ejemplo visible… por ello el producto más genuino de un filósofo es su vida”, escribía Nietzsche en el verano de 1874. Como criterio de autocomprensión nos puede ser útil para analizar su primera etapa (la que los especialistas llaman “metafísica del artista”). El auténtico fin y meta (Ziele) de mi investigación, dirá Nietzsche, va más allá de la concreta manifestación del hombre griego de la época trágica: se trata del conocimiento del “Genio” (Genius) dionisíaco-apolíneo, que es eterno e inmutable. Se trata de capturar la esencia (Wesen) griega y el núcleo (Kern) helénico de tal esencia. Este Kern profundo y remoto, dirá Nietzsche, no es definible a partir de la empiria sensible (los datos físicos del anticuariado) o la apariencia de los restos (la práctica de los filólogos). Primera tarea es pues la “deconstrucción” de la visión ideologizada que la Modernidad burguesa tiene de Grecia. El trabajo de desmonte es inverso: debemos medir nuestros conocimientos sobre los griegos a partir de ese núcleo duro y a partir de él mirar con ojos nuevos a esa civilización y sus autores. Y el Kern de los griegos (por cierto para Nietzsche la antigüedad clásica no es otra cosa que “una flor maravillosa nacida de la ardiente aspiración del Germano hacia el Sur”) es una lucha por la existencia cruel, la distinción de Genio y Masa y el reconocimiento de la aristocracia natural (que incluye la institución de la esclavitud). Nietzsche a partir de este presupuesto ontológico puede criticar a Sócrates y Eurípides como de carácter antigriego, sintomáticos de la decadencia occidental, “instrumentos de la disolución griega, pseudogriega y antigriega”. A este complejo degenerativo que inicia el lento ocaso de la Grecia trágica Nietzsche le llama “Socratismo” (Socratismus): “una perversión de los instintos más profundos de los antiguos helenos”. El socratismo tiene su cobertura ideológica: el optimismo (Optimismus) y su figura de la mediación: el “hombre teórico”. Así “El Nacimiento de la Tragedia”, junto con el corpus de Wagner, se transforma en la denuncia del escándalo actual del mundo, denuncia del presente y es una invocación y transfiguración de un pasado remoto. Porque para Nietzsche (y Wagner) lo que está en juego es, nada más ni nada menos, que la horrenda destrucción de Occidente, la decadénce de la Kultur en manos de la Civilisation. Donde Nietzsche cree que puede atisbarse el verdadero núcleo (Kern) helénico es, por ejemplo, en los mitos, y el paradigmático no es otro que aquel que ilustra su libro:“Prometeo encadenado”. Si el renacimiento alemán (ahora que Bismarck ha unificado Alemania y a vencido a Francia, cuna de la degeneración y la corrupción; ahora que ya tenemos una música con arte puramente alemán con Wagner en Bayreuth) depende de un renacimiento de lo trágico, de una nueva “edad trágica” (con todas las consecuencias: aristocracia natural, esclavitud, muerte de los débiles) se exige un “bautismo de fuego” doloroso para retornar al subsuelo dionisíaco ario. El mito de Prometeo encadenado (cuyo inmenso presupuesto es el fuego), señala Nietzsche, es “un himno a la impiedad”: el poder del aristócrata natural, el “Gran Genio” que crea y destruye con su “magnífico poder”, que domina por su naturaleza superior. Esta leyenda es “posesión originaria de la comunidad entera de los pueblos arios” dice Nietzsche y documento de su aptitud superior para lo trágico y lo profundo: “este mito tiene para la esencia aria el mismo significado caracterísitico que el mito del pecado original para la esencia semítica”. Mientras que el mito ario origina el primer problema filosófico al separar el hombre de Dios, contrasta con el mito hebreo, donde se señala como origen del mal la curiosidad, el engaño mentiroso, la seducción, la concupisciencia, en suma: “una serie de aficciones preponderadamente femeninas”. La visión aria es la “idea sublime del pecado activo como virtud genuinamente prometeica”, heroica, masculina, viril. En ella se encuentra el sustrato ético de la tragedia pesimista y así “los arios conciben el sacrilegio como un varón y los semitas el pecado como una mujer”. La conclusión es que el núcleo más intimo de la leyenda de Prometeo (necesidad del sacrilegio impuesta al individuo de aspiraciones titánicas) tiene una dualidad dionisíaca y apolínea que podría ser expresada, para Nietzsche, con esta fórmula: “Todo lo que existe es justo e injusto, y en ambos caso está igualmente justificado”. El único héroe trágico verdadero realmente es Dioniso: en él están “todos los componentes de una consideración profunda y pesimista del mundo”. Pero la tragedia griega en su estado puro dionisíaco pereció, nos señala Nietzsche, pero murió suicidándose. La cultura griega se inmoló a sí misma al ser débil y femenina, permitiendo la irrupción del “hombre de la vida cotidiana”, las masas plebeyas, la “mediocridad burguesa” (a Nietzsche no le preocupa el anacronismo), ¡Caos!: “la multitud entera filosofa”, ¡Peor!: “el quinto estado, el del esclavo, el que ahora predomina, al menos en cuanto a mentalidad”. Esta “jovialidad griega” no es la del héroe dionisíaco, nada que ver: es la jovialidad del esclavo, del inferior, plebeyo que “no sabe hacer responsable de ninguna cosa grave, ni aspira a nada grande, ni tener algo pasado o futuro en mayor estima que el presente”. Se expulsó a la tragedia del elemento aristocrático-dionisíaco original y omnipotente y se la reconstruyó desde una nueva ideología de las masas y los esclavos: lo socrático. El verdadero fin de la vida es producir genios, hombres superiores; los pueblos y las civilizaciones no son más que rodeos que toma la naturaleza para producir uno o dos hombres prodigiosos: “la humanidad debe trabajar siempre para dar al mundo individuos de genio, tal es su misión, sin que tenga ninguna otra”. La Civilisation debe esforzarse por hacer nacer una raza de héroes, por selección natural, y permitirles su desenvolvimiento sin límites: “el cultivo racional del hombre superior: he aquí una perspectiva llena de promesas”. Contra este ideal, que se realizaba en la Grecia trágica, se enfrenta el socratismo. Socratismo que es sinónimo de todo lo malo, femenino, corrupto, degenerado de la sociedad moderna. Socratismus es sinónimo de prensa judía, de sistema de partidos políticos, de los "Derechos del Hombre", de la "Dignidad del Trabajo", de las masas irrumpiendo en el teatro de la historia... Pero en especial Socratismus será el nombre del gran adversario: el comunismo.

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